EL ROL DE LAS MUJERES CIENTÍFICAS

11 febrero, 2022

Al igual que ocurre en otros ámbitos, la desigualdad de género es moneda corriente en el campo científico. Sólo el 29% de quienes se dedican a la investigación en el mundo son mujeres y su representación en las llamadas disciplinas STEM (Ciencias duras, Tecnologías, Ingenierías y Matemáticas) es aún menor.

Es por esto que la Organización Naciones Unidas aprobó en su Asamblea General de diciembre de 2015 celebrar cada 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, con el fin de apoyar la labor de investigadoras mujeres e impulsar vocaciones científicas tempranas.

En Argentina, si miramos los números del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CoNICeT), hay 53% de investigadoras y 60% de becarias. Un porcentaje alto si se compara con Europa y Estados Unidos, donde el promedio de mujeres en Ciencia es del 35% y en Japón solo el 17%.

Dentro de América latina, “Argentina está por encima del promedio en cuanto a participación femenina en Ciencias, y esto tiene que ver con razones culturales, económicas -las profesiones mejor remuneradas son ocupadas mayormente por varones- y también con que las mujeres estamos siendo mayoría en las carreras universitarias en general”, señala Ana Franchi, presidenta del CoNICeT, la segunda mujer en ese cargo desde la fundación del organismo, en 1958.

Para Franchi -doctora en Química y una de las fundadoras de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT)-, “el ingreso de mujeres a las disciplinas científicas, salvo en ingenierías y en informática, no es un problema. Los problemas vienen a la hora de desarrollar sus carreras”.

En el CoNICeT, las mujeres son mayoría en los niveles iniciales y van reduciendo su participación a medida que la categoría es superior. En 2019 ellas representaban el 61,3% de los investigadores asistentes, pero sólo son el 24,5% de los investigadores superiores.

Desde que la científica polaca Marie Skłodowska-Curie obtuvo el Premio Nobel en 1903, hasta hoy solo 22 mujeres alcanzaron esta distinción en el campo de la física, química o medicina, en comparación con más de 600 varones que lo obtuvieron en las mismas disciplinas.

“Hay estereotipos de género que obstaculizan el acceso de las niñas y adolescentes al estudio de carreras científicas y generan barreras profesionales para las mujeres que trabajan en el mundo de la ciencia”, apunta Paula Szenkman, co-autora junto a Estefanía Lotitto de un informe del CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y Crecimiento) sobre la situación de las mujeres científicas en Argentina.

El estudio, titulado “Mujeres en STEM: cómo romper con el círculo vicioso” destaca que “si bien las mujeres recibieron el 60% de las becas financiadas por el CoNICeT en 2018, las investigadoras perciben un 25% menos de recursos que sus colegas varones para sus proyectos, y publican menos artículos en revistas de calidad y visibilidad nacional e internacional”.

Esta subrepresentación también se observa en el ámbito privado en Argentina donde sólo el 26% de las investigadoras son mujeres.

De acuerdo al trabajo del CIPPEC, “si bien el 68% de los docentes de secundaria argentinos son mujeres, apenas representan el 21% entre los docentes de educación tecnológica. Y, aunque 6 de cada 10 estudiantes universitarias sean mujeres, ellas representan el 25% del total de estudiantes de ingeniería y ciencias aplicadas; y sólo 1 de cada 10 estudiantes de Ciencias de la Computación en la Universidad de Buenos Aires son mujeres. Pero esto no siempre fue así, durante la década de 1970, alcanzaban el 75%, según la investigación de CIPPEC.

“La subrepresentación de mujeres en Ciencia y Tecnología se debe a múltiples barreras que se presentan desde la niñez y a lo largo de la trayectoria formativa y laboral, y la poca visibilidad de aquellas mujeres que se desempeñan en estas áreas refuerza los sesgos de género respecto a lo que las mujeres pueden o no hacer, retroalimentando así un círculo vicioso”, sostiene Szenkman.

EL GOBIERNO CAMBIA EL NOMBRE DEL SALÓN DE LOS CIENTÍFICOS

El presidente Alberto Fernández encabezó en la Casa de Gobierno el acto durante el cual el Salón de los Científicos de Casa Rosada pasó a denominarse Salón de la Ciencia Argentina y se incorporó el nombre de mujeres a ese ámbito, como una contribución a la igualdad de género y para reconocer el recorrido histórico de las mujeres en el ámbito de la ciencia y la tecnología.

Estuvieron presentes los ministros de Ciencia, Tecnología e Innovación, Daniel Filmus; de las Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta; la presidenta del Conicet, Ana María Franchi; las escritoras del libro “Científicas de Acá: Historias que cambian la historia”, Carolina Luz Hadad, Julieta Irene Elffman y Julieta María Alcain; y el secretario General de la Presidencia, Julio Vitobello.

«Queremos poner en valor el aporte de la mujer para el desarrollo de nuestra sociedad», dijo el Presidente al encabezar el acto.

«Tenemos que hacer mucho más para que la sociedad termine con todo tipo de discriminación y valore a todos del mismo modo», señaló el mandatario al descubrir la placa del nuevo nombre de la sala, ubicada en el primer piso de la Casa de Gobierno

Luego de hacer una recorrida para observar los cuadros incorporados, Fernández afirmó que «hoy estamos dando un paso simbólico pero ese simbolismo ocurre en la casa donde se gobierna la Argentina y es un mensaje para todos: desde el Gobierno no queremos más discriminación y queremos poner en valor el aporte de la mujer para el desarrollo de nuestra sociedad».

La coyuntura demuestra, en este sentido, la necesidad de contar con un Estado activo en términos de políticas de igualdad que incluya manifestaciones acordes de todos los organismos que lo conforman.

“No solo desde lo simbólico, pero también en lo simbólico estamos dando pasos claves”, resaltó la ministra Elizabeth Gómez Alcorta. “Las primeras cinco universidades nacen en el siglo XI, y nosotras llegamos a las universidades en el siglo XIX. Esos casi ocho siglos de diferencia hicieron que recién hoy pudiéramos estar representadas en este salón”, celebró.

En tanto, Filmus indicó que “ésta es una de las líneas transversales sobre las que el Ministerio de Ciencia y el CONICET estamos trabajando muy fuerte para que haya una igualdad integral”.

Y resaltó que “la Argentina tiene en este momento el orgullo de tener siete de los grandes centros de investigación liderados por mujeres”.

La iniciativa se llevó a cabo en el marco del Programa Nacional para la Igualdad de Géneros en Ciencia Tecnología e Innovación, con la finalidad de «incluir a todo el colectivo que conforma este ámbito sin distinciones de géneros», informó el Gobierno.

«Se trata de un aporte desde la Presidencia para generar paridad en la representación de las mujeres y desnaturalizar procesos que reproducen y legitiman la brecha en la participación de colectivos históricamente invisibilizados de la agenda pública», se explicó.

El acto se realizó en el marco del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra el 11 de febrero, según lo estableció la Organización Naciones Unidas, para promover una mayor participación femenina en el área.

El Salón de los Científicos fue inaugurado el 1 de septiembre del año 2009 con el fin de homenajear a grandes personalidades de la historia de la ciencia argentina.

Desde ese momento en las paredes se exhiben las fotografías de Emma Pérez Ferreira, Florentino Ameghino, Gregorio Klimovsky, José Antonio Balseiro, Jorge Alberto Sábato, Manuel Sadosky, Francisco Pascasio Moreno, Ramón Carrillo, Rebeca Gerschman, René Gerónimo Favaloro y Salvador Mazza. También se destacan tres Premios Nobel: Bernardo Alberto Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein.

Las científicas que fueron incorporadas a la sala son Eugenia Sacerdote de Lustig; Irene Bernasconi, María Adela Caría, Elena Martínez Fontes y Carmen Pujals (las cuatro de Melchior); Elisa Bachofen; Rebeca Guber; Sara Rietti; Elvira López; Telma Reca y Hetty Bertoldi de Pomar.

UN CASO EN PRIMERA PERSONA

Aunque en su infancia la investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Julia Halperin pensó en estudiar Antropología, durante la secundaria la Biología ganó la pulseada. “Entré a la carrera, con una idea de que me gustaba Biología marina y la primera materia que tuve con el doctor Alberto Kornblihtt me voló la cabeza, como le pasa a la mayoría”, cuenta.

Luego de terminar la licenciatura en la Facultad de Exactas y Ciencias Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) su interés por entender cómo funcionan los organismos la llevaron a hacer un doctorado en Fisiología animal en la misma institución.

Por la crisis económica en el año 2001 se fue a Estados Unidos junto con su pareja, el físico Gustavo Otero y Garzón que tenía la posibilidad de hacer su trabajo de doctorado en la Universidad de Illinois, en Chicago. “Terminé la carrera en un momento muy difícil para la investigación, siempre fue difícil, pero en ese entonces era muy complejo hacer ciencia. Era muy desalentador”, explica la bióloga especialista en endocrinología de la reproducción.

“Me fui a la nada con un título, acompañándolo a él”, afirma Halperin. Sin embargo, ese título de la Universidad de Buenos Aires y la buena reputación que tenía el trabajo de investigadores argentinos en el Departamento de Fisiología y Biofísica en la Universidad de Illinois en Chicago le abrió las puertas para trabajar ahí y profundizar sus conocimientos sobre endocrinología y reproducción.

Además, allí encontró a la investigadora Geula Gibori a cargo del laboratorio y a su “primera experiencia trabajando con una feminista”, cuenta Halperin este 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y añade que “en su momento no podía llegar a entender bien el mensaje que me daba porque yo venía con otra cabeza”.

La bióloga describe que décadas atrás la percepción cultural en función de los géneros era distinta. “Los hombres solían ser considerados más inteligentes y atrevidos”, describe. Como ejemplo concreto menciona que antes de irse del país en una entrevista el director de un laboratorio de farmacia y bioquímica le preguntó si estaba casada o en pareja y si pensaba tener hijos.

“Salí horrorizada porque no podían tomar a nadie que tuviera en perspectiva tener chicos porque pensaban que le iba a sacar tiempo de atención al plan de doctorado”, rememora. La situación fue distinta con Gibori quien la impulsó a no postergar más su deseo de tener hijos por la carrera.

Cuando compara con el pasado, Halperin considera que “en CONICET algunas cosas se han revisado y están mejor, hubo progresos. Pero aún falta que se discutan algunos temas para que las evaluaciones sean más justas para las mujeres que dedican tiempo en tareas de cuidado, lo que puede disminuir su producción”.

Entre las mejoras enumera la licencia por embarazo para las becarias, que antes no existía. Además, al año siguiente del nacimiento a las investigadoras no se les exige que presenten el informe incluido dentro de las evaluaciones permanentes que la institución realiza.

“Las cosas cambiaron mucho y para bien. Estamos a mitad de camino, hay que seguir para mejorar la situación de la mujer en ciencia y en general”, piensa la bióloga que a fines de 2008 regresó al país a través de un programa del CoNICeT de becas posdoctorales de reinserción con su marido (que lo hizo por medio del programa Raíces) y el primero de sus dos hijos. Desde ese entonces trabaja en el Centro de Estudios Biomédicos Básicos, Aplicados y Desarrollo (CEBBAD) de la Universidad Maimónides.

Si bien en CoNICeT hay más mujeres que hombres a nivel de becarios doctorales, posdoctorales e investigadores asistentes, “a medida que te movés hacia arriba, cuando llegás al último escalafón -que es investigador superior-, solo el 20% corresponde a las mujeres”, señala Halperín y agrega que la disparidad aumenta en áreas como física, matemáticas computación, e ingeniería.

“Tenemos como desafío poner la discusión sobre la mesa en todos los ámbitos. Antes de llegar a la universidad, hay que empezar a trabajarlo desde que les niñes están en la escuela poniéndoles a disposición más modelos de mujeres en ciencia”, planteó la investigadora.

Halperin motiva a romper con ciertos estereotipos de género que imponen determinadas elecciones en los estudios. “A las nenas se las orienta más hacia las Ciencias Sociales porque la matemática, la ingeniería y la computación son cosas de varones”, completó.

 

 


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